viernes, 2 de julio de 2010

Tanto tiempo sin dar rienda suelta a la escritura o más bien dicho quizá sin premeditar algo e intentar darle una forma. Los días continúan siendo helados, las nubes nunca se van del todo y el sol ya ni calienta. Ha pasado tiempo desde que volví de mi viaje místico por las alturas del norte chileno recuerdo aquellos días en que la sensación de paz no estaba pero lo que si estaba era una resignación eterna. Por lo menos bajo aquellas resignación había un consuelo o algo que no le restase sentido a la vida y que lo de resta no implica necesariamente que le sumase sino simple y llanamente “ni Fu, ni Fa” en este caso era mas bien un “Fi”. Recuerdo aquellas estrellas y su resplandor, sus colores, su lejanía, su incertidumbre de existencia y de infinidad. Recuerdo las aguas de aquellos ríos, el desierto en su magnitud diciéndome que nada dura para siempre y todo está sujeto a desgaste. Recuerdos sólo recuerdos. Al tiempo después volví a la ciudad en cual me he desenvuelto la mayor parte de mi vida y todo era aún más arruinado, triste, egoísta, todo lo que es santiago y mucho más. Volví a mi ciudad que me adoptó, mi puerto desde ahora y para siempre porque esté donde esté siempre lo será uno solo es el país de origen pero dentro de un país siempre hay mucho más y es el caso de mi puerto. En mi puerto todo es distinto el sol, sus casas, sus furtivos habitantes, su pan batido, salida de cancha, palo poste, macha pata, la trova, la poesía, los libros, las niñas de Lira, el materialismo post modernista, Foucault, los ocasos, las guitarras, la pesca, la forma comunitaria y desinteresada en cual viven las personas allá y muchas cosas más que aunque quisiera numerar o plasmar me sería imposible. Te extraño desde ya puerto querido se hacen eternos los segundo sin estar inclinado a tus cerros con la cara colindante en dirección a esa brisa pacifica.

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